
Lo vi mientras miraba un partido de alevines entre dos clubes del noreste de Barcelona. Un niño, de no más de diez años, defensor lateral izquierdo, no logró controlar una pelota que se le terminó yendo por línea de banda. Lateral para el equipo contrario. Desencantado por su error, lanzó una queja al aire.
Es sabido el daño que el excesivo celo por los resultados ha causado al fútbol. Se destituyen técnicos, se cambian jugadores, se llega al extremo de marcar un equipo completo con el mote de perdedor. El mundo de la pelota es un torbellino que se lo lleva todo. Es un tren en movimiento, y quien no se quite de la vía será arrollado.
No voy a abundar en esto – ríos de tinta se han escrito ya. Hasta tiene un nombre: resultadismo. En medio de todo ese escenario, un ambiente todavía resiste, no ha sido permeado. El de las canteras. Inferiores, fuerzas básicas, póngale el nombre que quiera.
Es cierto, el resultadismo no ha permeado las categorías formativas. Allí hay otro problema, el de los padres que ven en su hijo al futuro Messi o en su hija a la Alexia del 2035. Y el de los directores deportivos que quieren asegurarse a los mejores desde bien pequeños y los fichan esperando obtener pingües beneficios de un posible fichaje. Los entrenadores y sus métricas de rendimiento. En la era de los datos masivos todo es rendimiento.
La formación, fundamental
Una de las funciones de la cantera es formar a los niños. No en lo personal y educacional, aunque en ocasiones el club o, en mayor medida la escuela, complete el hueco que deja un hogar con jefes dedicados a su desarrollo profesional. Me refiero a lo futbolístico. A medida que pasan de benjamín a alevín, luego a infantil, cadete y juvenil, el jugador va incorporando habilidades técnicas primero. Cómo controlar la pelota, cómo dar un pase, cómo mirar quién está disponible.
Luego se aprende lo táctico: a quién pasársela, imaginar combinaciones de juego más allá del próximo pase. Atacar y defender. La transición. Es el momento en que los DTs empiezan a hablar más de estrategia y posiciones, cuando el movimiento dentro del campo, y no sólo el manejo de la pelota, se hace importante.
Para todo eso el niño, luego adolescente, necesita tiempo. Y dedicación. Tener la cabeza puesta en eso. No puede estar enfrascado en cuestiones de cantidades de puntos, haciendo cuentas de cuántas jornadas quedan y qué tan cerca se está del ascenso o de un playoff. En ocasiones esto se termina olvidando y los directores técnicos, preocupados por conservar un marcador favorable, o incluso buscando ganar, ordenan a sus dirigidos incurrir en acciones poco técnicas o, incluso, antideportivas.
Ante este problema, en varias ocasiones ha aparecido una propuesta, en los papeles, superadora. Eliminar las tablas de clasificación. Quitar el incentivo de los puntajes y las posiciones. De esta manera, sin la presión de terminar alto en la tabla, se podría dedicar esfuerzo a enseñarle al jugador a jugar al fútbol. “No puede haber más pesas que pelotas”, graficaba hace años, en 2010, el argentino Sergio Batista, cuando se le preguntaba por la baja calidad de los entonces juveniles más promisorios de su país. El seleccionado juvenil de su país se había quedado afuera del Mundial Sub-20 de 2009 y haría lo propio en 2013.
La mentalidad, tan importante como la técnica
Aunque eliminar las tablas de posiciones en cantera solucione, en principio, las urgencias resultadistas, la medida es una espada de doble filo. El jugador, despojado de la presión, puede aprender a jugar, puede aprender la técnica.
El fútbol no es sólo golpear una pelota y meterla en una portería. Casi se podría decir que ésta es una parte menor del total. Jugar al fútbol tiene un costado mental, un atributo estratégico no ligado a la pelota. Cuándo atacar, cuándo defender. Cuándo presionar, cuándo jugar de prisa, cuándo ralentar. En los partidos de Primera División es común escuchar expresiones como jugar con el reloj, jugar con la desesperación del rival, bajar el ritmo (o subirlo).
O cosas como cuidado, que los rivales saben que tal jugador está apercibido, no hacer faltas, saber cuándo salir jugando y cuándo lanzarla lejos. El aficionado reconocerá éstas y otras expresiones. El jugador de Primera domina estas cosas a través de la experiencia. Es clave que desde una temprana edad el aspirante a profesional esté, al menos, interiorizado.
Relacionada con la mentalidad está la cuestión motivacional. En este campo cobra importancia suprema el concepto de jugar por algo. Está ampliamente comprobado que teniendo un objetivo, una instancia que si se alcanza supone un triunfo, el rendimiento es mucho más alto que si no se tiene. Buscar algo alienta a esforzarse. Hay que ser conscientes y muy cuidadosos con esto, para no caer en el resultadismo del que hablaba al principio de la nota.
No obstante, no se puede dejar de lado completamente la cuestión. Que los niños y adolescentes aprendan a tener un objetivo es un paso clave en la formación, como futbolistas que se desempeñarán en un ámbito competitivo, y como personas. Sea por conseguir el ascenso, sea llegar al playoff, sea el deseo individual de ser promovido de categoría, sea el de pasar al club deseado. O evitar el descenso. El premio en el frente motiva a correr más rápido.
Por todo esto, considero que las tablas de clasificación no deben eliminarse de las categorías formativas. Aún a despecho de que promuevan el resultadismo, no se puede ignorar que la formación del futbolista joven incluye no sólo lo referido al fútbol en sí sino a lo que lo rodea. Desde la cantera se busca modelar un jugador integral. Que domine la pelota y el juego. Es trabajo de los entrenadores y de los clubes ser capaces de proveer el ambiente propio para la formación. Y ésta nunca puede lograrse del todo en una cuna de oro.