
Muchas cosas de este año han tenido que ver con la competición sin iniciarse, y con esto, también el tema de las cuotas pagadas que la gente demandaba de vuelta.
De esto me ha surgido otro asunto que me tocaba vivir hace un par de años cuando entrenaba varios equipos del fútbol base.
Hay muchos futbolistas en España, especialmente en Catalunya, los que sueñan con una vida como profesional. ¿A quién no verdad? Pues, hace un par de años conocí a un par de chicos que siempre estaban jugando en la calle justo donde el campo en que entrenaba yo. Eran muy buenos, tanto de personas como futbolistas. Tenían ese típico toque de callejero que me recordaba de mi juventud cuando yo era niño jugando con mis amigos en la calle. Era la época cuando sólo hacía falta cuatro chaquetas, camisetas o piedras y una pelota para hacer un campo de fútbol. Y así jugábamos.

Yo pregunté a los chicos cuantos años tenían y me contestaron que tenían la edad de los que entrenaba. Entonces, los invité a venir a entrenar el próximo entreno.
Dos días después vinieron a entrenar. La vista no era la que te imaginabas ni siquiera. Vinieron con bambas rotas con agujeros, manga corta y un par de vaqueros. Espinilleras ni de broma.
Al principio pensé que simplemente no sabían que tenían que llevarse botas de fútbol y ropa deportiva. Claro, tiene sentido si nunca han estado en un campo verdadero antes entrenando con un equipo.
Los pregunté si tenían botas y me dijeron que no. Los padres de los otros jugadores siempre estaban en el campo viendo los entrenamientos. Los padres de estos chicos, nunca los había visto, ni en el parquecito donde jugaban antes.
La diferencia es enorme, tanto por asunto de dinero como de cultura. Igualmente vivimos en las misma calles. Pregunté si pudieran pedir a sus padres de venir al próximo entreno para hablar con ellos. Los chicos dijeron que sí.

l entrenamiento siguiente vinieron los padres, mayormente las madres ya que los padres aún estaban trabajando, y por experiencia de Suecia normalmente los padres no querían dejar a sus hijos jugar. Ahora era al revés. Los padres estaban tan contentos que alguien les hubiera dado atención a sus hijos, algo que nadie nunca hacía. Yo dije que para que puedan entrenar necesitan al menos un pantalón corto y un par de botas de fútbol, aunque fueran las más básicas de Decathlon.
A mi sorpresa lo cumplieron. Para el próximo entrenamiento vivieron todos con botas nuevas de la marca Kipsta.
Los chicos pudieron entrenar bien por primera vez y la diferencia de jugar era increíble. Los toques, los pases, el control de la pelota, la alegría de jugar. Calentaba el corazón al verlo.
Tuvimos dos problemas. Los jugadores del club y los nuevos no se llevaron bien juntos. Aunque eran del mismo pueblo, yendo a veces a los mismo colegios, parecía noche y día. A veces llegó hasta haber peleas entre los dos grupos. Lo solucionamos, pero el tema se creó una mala fama de los chicos y ya no importaba si fueran buenos o no.
El club dijo que no podían quedarse porque «daban mal rollo en el equipo», pero, y es un
pero, un chico si que querían dejar quedar. Era alto por su edad, fuerte, bueno con la pelota, un buen futbolista mejor dicho. Aunque él también había estado en las peleas, a él le querían y a los demás, a la basura, o «a la p*** calle» como dijeron.
Me sentí mal porque ahora tuve que explicar yo por qué no podían quedarse. El club totalmente se despegó del problema de la vía más fácil. Pensé que los padres iban a tomarlo mal, pero una madre me dijo: «No te preocupes. Estamos acostumbrados.»
Se me cayó el corazón al suelo y se rompió en dos. ¿Cómo puede ser que en un país como España esto todavía es un asunto?
Volvimos a entrenar y el chico que dejaron quedarse enseñaba una calidad muy alta. No había duda de que era uno de los mejores del equipo. Podía jugar en cada posición, hasta portero, ya que en la calle es lo que haces. Aprendes a jugar cada posición. Allí no hay límites. Allí juegas.
Después de haber entrenado un par de semanas el club me pidió de avisar a los padres que tenían que pagar las cuotas, tanto al club como a la federación, más la mutualidad y la revisión médica. Yo era nuevo aquí y no sabía que tenían que pagar tantas cosas. (esto es asunto para otro día). Al final hablamos de bastante dinero, añadiendo equipamiento de entreno etc. Se lo dije a los padres y me preguntaron cuanto era.
Les di el total y ya pude ver en sus caras que esto no fuera a ser posible. Me dijeron que no podían pagar esto, que no tenían el dinero. El chico había llegado tan lejos, y ahora el asunto de dinero le iba a parar; como a tantos más.
Anuncié al club que la familia no podría pagar y le pregunté si era posible pagarlo en plazos para al menos buscar una manera. Me contestó que no con la razón de que si lo hiciera para uno tendría que hacerlo para todos los que lo pidieran. Y con la economía como era ya y las dificultades de que la gente pagara a tiempo, fue imposible convencerles. Al final el chico tuvo que dejar de jugar por no pagar las cuotas. Entonces me pregunto: «¿Los niños de familias que no podrán pagar de golpe, nunca podrán jugar al fútbol?
