Por: Daniel Sjöstrand
En 2006 empecé mi carrera como entrenador de fútbol tras dejar una carrera corta como jugador. Durante mis 15 años en el campo he visto muchas cosas. Hoy quiero hablar sobre la relación entre los padres y los hijos.
Hay la típica imagen de los padres que viven sus sueños nunca realizados a través de sus hijos e hijas. Tanto en el fútbol como en otros deportes, este asunto ha sido muy recorrido en historias de éxito e historias no tan exitosas.
El apoyo de los padres debe ser algo positivo concentrado en lo que quiere el niño o niña. Porque es lo que son; niños y niñas.
La soledad infantil

Hoy en día es común que los peques empiezan ya con 3-4 años a practicar deportes. En realidad, esto es algo muy bueno y positivo porque pueden moverse, estar en grupos con otros niños y, ya con una edad temprana, aprender de valores.
Antes de la pandemia, veía cómo muchas veces la relación entre padre/madre e hijo/hija fue basada en la cosa que tenían en común; el deporte que practicaban. Ya podéis imaginaros la imagen típica de un padre apoyando a su hijo tanto en los entrenos como en los partidos. A veces, tanto hasta llegar a abusar a árbitros, entrenadores, jugadores y otros padres, tanto del mismo equipo como del rival.
Muchos niños han tenido que sentirse avergonzados por el comportamiento de sus padres, a veces, hasta acabar siendo excluidos del equipo por sus propios compañeros como consecuencia.
En España, el uso de las palabrotas es más común que en otros países. Especialmente públicamente por la cultura tal y como es. Entonces, para extranjeros como yo, es algo muy grave ver y escuchar. Cuando lo ves en un campo de un equipo profesional estoy más acostumbrado. No digo que nunca pase en el fútbol base en Suecia. Seguramente que sí. Pero lo que digo es que no es tan normalizado allí como parece ser aquí, tanto dentro como fuera del campo.
«Cuando el deporte a veces es lo único que une a alguna gente, ¿qué pasa entonces cuando ya no está?«
Yo, como entrenador en Catalunya, ya he tenido bastantes experiencias, tantas malas como buenas, con padres aquí. Algunos se han convertido en amigos y compañeros. Otros, digamos que no valen la pena ni mencionar.
Una pregunta que me hice el otro día fue cómo se habían afectado estas relaciones entre padres e hijos como consecuencia de la pandemia y la falta, tanto de la competición como la gran parte del último año que llevamos sin ni poder entrenar. Cuando el deporte a veces es lo único que une a alguna gente, ¿qué pasa entonces cuando ya no está?
Nos encontramos en una situación nunca antes vivida donde hemos tenido que acostumbrarnos a una manera de convivencia muy distinta a la que siempre conocíamos. Algunos han estado solos, y otros han estado apretados y agobiados todo dependiendo de la situación que tienen en casa.
No hay duda de que los niños quieren volver a jugar, a entrenar y, lo que les falta más: competir. Sin embargo, nos encontramos en otra realidad quizá un poco escondida. La cantidad de niños y niñas, o bien, adolescentes y adultos, que han decidido dejar de jugar al fútbol por haber perdido la pasión y las ganas por culpa de la pandemia
es una estadística que me da miedo buscar. En mi propia familia nos hemos encontrado en esta situación, tanto por parte de jugar como de ser entrenador.
Sin la competición, la presión de rendir bien, por un lado, ha desaparecido. Pero, a la vez que se ha ido, hemos perdido lo que nos motivaba. Yo me acuerdo cuando alguien me dijo que el fútbol es un deporte de tontos, 22 personas corriendo detrás de un balón intentando meterlo en la portería. Además ganaban millones y la gente pagaba un pastón para verlo. Yo creo que es normal perder las ganas de ser entrenador o jugador, pero las de ser aficionado, estas ganas creo que son las que nunca morirán.
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